Modigliani

viernes, 28 de marzo de 2014

Ten cuidado, el mal te acecha


 No fue la música, ni una voz conocida, sino la noche fría y ventosa la que le trajo unas palabras: “Ten cuidado, el mal te acecha”. Encogido por el miedo, se dejó inundar por la incertidumbre; notaba como crecía en su interior una oscuridad que lo asfixiaba.
- ¡No! No la escuches. Le ordenaba otra voz más potente, más segura. No dejes caer ese cuchillo.
- El mal te acecha, repetía esa otra voz anunciadora.
- Atrévete, es sólo un momento, luego llega la felicidad.
- El mal te acecha… ¡Apártate!
¿A quién entregarse? ¿A la indiferencia o a la opresión del aviso fatídico? La respiración se agotaba, sentía, es decir, no sentía como el aire era expulsado por sus pulmones. Entre tanta orden, escuchaba el eco disperso de su cerebro, un goteo insensato de sonidos que no llegaba a entender: sal corriendo, grita, deja lo que tienes en la mano, pide ayuda, avisa.
- ¡Atrévete!
- El mal te acecha…
- No, no, no.
 El cuchillo en su mano, su corazón como diana, un vacío negro asesino, ni tan siquiera la luz de una vela que alumbrara la negrura… Una ventana donde un rayo de luz dibujaba una tímida línea, entonces recordó que su imaginación podía inventar también el día, la luz, la música y se acercó al cajón del mueble, dos pequeñas pilas alcalinas aparecieron que con manos temblorosas colocó en el antiguo transistor heredado;  al instante hizo salir de su escondite “la felicidad”, notas musicales que bailaban en círculos lo abrazaron. Sonrió.  Ellas le protegerían de ese mal que le acechaba y tranquilamente comenzó a escribir en su partitura. 5/02/2014

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