Allí
estaba, a la entrada de la cueva. También un turista accidental, agazapado en
su imagen típica, se acerca a ella. El sol de forma descarada se atreve a
rozarla, ella inmutable se deja seducir. Sabe que la leyenda la impregna de un
tinte de misterio que ha camuflado la terrorífica verdad. Apenas quedan unos
segundos para que den las doce, el reloj se detiene momentáneamente. Instante repleto de silencio. Las manecillas comienzan a
girar inapelables, esta vez en sentido contrario. Sonrisa fría. Golpe sordo. Plof,
plof, unas gotas de sangre golpean el suelo.
“Que lo creas o no, me importa bien
poco.
Mi abuelo se lo narró a mi padre;
mi padre me lo ha referido a mí,
y yo te lo cuento ahora,
siquiera no sea más que por pasar el
rato.”
Gustavo
Adolfo Bécquer. La Leyenda de la Cruz del Diablo
04/11/2013
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