El espejo
deja ver por entero su figura. Se detiene. Se contempla de arriba abajo, y ve a
una mujer de líneas onduladas como el mar.
―Eres guapa, —Le dice él. Ella calla.
―No lo soy, simplemente estoy viva, ―le responde con una sonrisa
silenciosa.
Vuelve a fijarse en esa otra
hembra que se muestra frente a ella, y comienza a acariciar con las yemas de
los dedos, ese frágil continente que es su piel. Sinuoso y delgado trazo que se
recorta en la luna del cristal. Bajo él, se ha ido archivando la memoria de
siglos vividos: dolor, placer, ausencias, reconocimiento, soledad, lascivia,
libertad… Estratos tatuados con historias de vidas pasadas, que a falta de vivencias
propias, se dejaban vivir, y que se hacen presentes cuando la caricia se acerca a ella.
Piel de todos los tiempos,
jeroglífico mudo, instalada en su geografía de mujer, que muestra cuando se lo
piden. Tiene ademanes de princesa antigua, tímida y lujuriosa. No desea esperar, ahora juega
a sentir. Regresó el deseo de ser y con él, el de estar. Olvidado el pasado, el
miedo y la intransigencia, ahora sabe que la piel confirma su estancia en la
tierra. Quiero, puedo, soy… Viento, tierra, agua, árbol, río, piedra.
Tan solo espera que unos
delicados dedos traspasen los límites de su cordura, y la eleven a un mundo de
placer desconocido en el que el único rezo sea rogar por no morir, dejando ese
último beso tatuado en la geografía de su piel. 26/12/2013
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