Espera, no me respondas aún.
Reprime ese impulso, te pido sólo un minuto, por favor. Deja de lado estas
cuatro paredes y mira por la ventana. ¿Ves esas cordilleras de azúcar, esas
nubes de espuma y esos paseos de triste brisa? Embriaguémonos de ellos antes de
estallar. Aguanta ese envite, mírame a los ojos y eso que no puedes callar más,
me lo dices en su momento o mejor dicho, a su debido tiempo. Y yo te pregunto:
¿Tiene que ser en este preciso instante? ¿Cuándo se puede considerar que es el
mejor? Dime, dime cuándo es el mejor momento para decirme lo que piensas.
Yo quería viajar por los océanos
de color añil; por la montaña empinada del caballo salvaje, por los remansos
del río pedregoso, por los planetas que
semejan canicas y lo quería hacer contigo, sí amor mío, quería. Y tú me vienes
a decir, ¿qué me quieres decir, que hace que mi corazón corra presa del pánico?
Su menuda conciencia le debe estar
revelando secretos mundanos, como que la vida es un movimiento hacia arriba con
un clic final, y que también es el fondo de un pozo. Amor mío, tengo miedo de
perderte.
Mientras tú observas el paisaje,
intento descubrir tus proyectos antes de que esos labios confiesen. ¿Será, tal
vez, que te espere? ¿Que te vas a marchar para luego volver? No quería ingresar
en un orden cerrado, hermético y dolorido, por eso mi deseo de escapar contigo.
Ya lo sé, no existe la magia y que las cosas no varían de un día para otro,
pero sí que viran brutalmente sin que nos de tiempo a reaccionar.
Mira, mira por esa ventana, encontrarás el
amanecer y esa fría soledad en la que cabe la alegría, los recuerdos, la
cascada de seda, el balcón lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad y
un cielo bajo, blanco, envolvente oliendo a amapola, cabe todo.
Dejas atrás la ventana, giras y
me buscas. Me localizas y en un instante nos miramos, nos entendemos, nos
comprendemos y entonces nos codiciamos, fallecemos, desfallecemos, nos
repelemos, revivimos, resucitamos y al final, nos entregamos.
Amor mío, ahora sé que te quedas.
17/02/2014
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