Los
últimos rayos de sol se reflejaban sobre su cara cansada. El tono dorado del
atardecer pintaba de color miel esos ojos, mientras miraban la tierra
“barbecheada”. Roturados estaban, ya,
los versos baldíos, las palabras malheridas, las vocales apocadas, cien
eran las que quedaban. Sabe de la
relación del deseo con la palabra. Sabe, de ese acercamiento de la fantasía que
cruza el camino del sueño raptando veladas insomnes, incluso sabe que vence a la muerte.
Letras
danzantes, queriendo enderezarse, vocales deseando abrirse, frases estremecidas, una, dos, tres… hasta cien
reclamando el derecho a interpretar el mundo. Campo labrado, donde se restriegan, se juntan, se separan, se
seducen; cien palabras embriagadas por la magia, ahora en reposo, letargo necesario para reencontrarse. Es el poder y la fuerza de los signos, ahora en calma, a la espera de la
siembra, sin que se sepa jamás que habrá detrás de la ciento uno, tan
solo que están a la espera de buscar su
historia. 16 de septiembre de 2013
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