Campo, tierra de labranza, cereales a punto de estallar,
olivos y una hierba fresca, con ganas de vivir,
me dieron la bienvenida una bonita mañana de primavera. Cómo
arquitectura, un pequeño pueblo que ya aparecía en las cartas geográficas de
Plinio y Ptolomeo, Torrequebradilla (Jaén), así, al menos, me lo contaron. Lo
que no hice nunca es decir que en mis
bolsillos de agua, traía dos objetos que siempre me han acompañado: unas
sandalias de tacón fino, un toque de coquetería al que nunca me he podido resistir, y un libro, en el que cada vez que se
levantaba la tapa, vocales, consonantes,
signos de puntuación, se entremezclaban, bailando al son de una
partitura imaginaria. Y así comencé andar senderos, entre realidades, ilusiones
y sueños, y me fui convirtiendo en junco, gaviota, felino o ave fénix, según el
caso, hasta dar con un grupo de soñadores que me dejaron asentarme con ellos
para tomarnos un “Café de palabras”.
SOY
Soy la mujer que no ha guardado
nada para sí.
La que es dócil a las
insinuaciones del árbol que florece en la espera.
La que es visible ahora en el
silencio.
La que camina delante de su sombra
y le sonríe con malicia.
La que traza la forma de las cosas
buscando abrigo.
La que ama la paz y la defiende.
La que se aferra a su cuerpo como una
forma de prender en la tierra.
La que busca expresar lo que no
sabe.
La que aspira escribir una estrofa
que ilumine el Arco iris.
La que le gusta arriesgarse.
Ni el equipaje lastre sus alas.
En definitiva, soy aquella que
niega peinarse con la raya en medio,
Zenet lo canta.
Juana
Lombardo González
16/09/2013
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