Fin. Tenía que llegar. Miro de
reojo y me encuentro la casa desordenada, las delicadas telas de araña protegiendo
las esquinas de ésta, que sepas que lo hacen para retener el silencio que se ha
instalado, las sartenes negras como el tizón y los platos a la espera de
localizar el lavavajillas. Hago memoria y ha tenido que ser en un simplón mes
de noviembre, un mes de frío humo de
chimenea, tiempo roto y vagabundo de pijama cuando me dijiste: Adiós y tuvo que ser un adiós alegre y cordial
porque tenías prisa. Me vienen pensamientos inapropiados inventados por mi
imaginación, pero tengo que recoger con cucharilla los restos que quedan del
naufragio. Ahora que lo pienso, nunca
hemos hecho nada los meses de noviembre, salvo comer sopa.
No me había fijado en el punto
final. La primera palabra nunca comienza con él, no hay una señal que pueda
adelantar su dibujo y yo, incauta, me había inventado un mundo nuevo que cuando
me sonreíste y cerraste la puerta desapareció y me quedó lo que tenía y
precisamente no era gran cosa. Así que me he dado cuenta que estoy hasta las
narices de volar, ahora quiero pisar tierra, sentir lo que sienten las hormigas
o los escarabajos, me da igual; chocarme con algo, criticar a los que corren, a
los que andan despacio, a los que no tienen término medio, a los que miran
hacia arriba o hacia abajo o los que se sientan en cualquier sitio de las
avenidas con un mapa gigante. Mira que eres imbécil, haces que tenga que volver a buscar palabras, sueños, ganas,
deseos y piedras, para que croen como las ranas y tú con esa sonrisa
plastificada.
Hace calor, así que me voy a
poner una camiseta de tirantes del color del sol para que me ajuste cada uno de
mis pensamientos, porque tengo un plan envidiable para la vida y una
estrategia, que puede que no me funcione, porque de tan sutil que es, se me
olvida, la mayoría de las veces.
Juani Lombardo González
31 de marzo de 2014
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