Modigliani

jueves, 19 de febrero de 2015

Cinco Fantasmas

Sucedía todas y cada una de las noches del año. No había manera de que se pusieran de acuerdo. Cinco fantasmas, cinco, eran los que habitaban  en la “Gran Casa”. Las gentes del pueblo contaban en sus leyendas el rumor de su misterio, sin resolver. Román hacía lo mismo con su nieta.
-            Un rayo brotó de ella y se perdió entre las nubes. –Le susurraba– Y unas sombras voladoras en las noches de bruma, se acercan a la única puerta que tiene mirando hacia el horizonte.
Y Patricia, sin presente y sin voluntad,  miraba hipnotizada. Mientras tanto, la casa centenaria asustada temblaba y la chica no entendía el porqué de esas  sacudidas. Era como si deseara escapar. Imposible.  Estaba anclada a la tierra como si de una tienda de campaña se tratara. Esos fantasmas maleducados, groseros, porque estamos ante un caso grave de fantasmas, la humillaban constantemente: “eres fea, vieja, no sirves para nada”; como respuesta volvía la mirada más allá del límite de la tierra.
-          Mirad, “esta cosa” quiere volar –y todos se retorcían de la risa. Mordían y engullían lo que encontraban a su paso; con un magnífico baile de puñetazos, provocando terroríficos chispazos eléctricos.
Patricia, tumbada en el acantilado, la solía contemplar, sin saber que tenía el mismo sueño que la casa. “Estaban  al borde del acantilado, percibían el peligro. "Un paso más y caeré al vacío" –se decían-. Pero de pronto un potente pensamiento cruzó por sus mentes. "Tengo el control de mi vida. Puedo volar". Efectivamente, se elevaban sin problemas sobre el acantilado y bajo ellas veían el mar y cómo las olas rompían contra las rocas. Entonces decidieron subir más alto hacia la única nube que había, sintiéndose liberadas.
La gran casa de tejados puntiagudos pidió ayuda al viento. Y ese viento poderoso, que se llevaba con él las palabras, arreció y arrancó del suelo las piquetas y cuerdas que ataban sus cuatro esquinas. La desprendió y alzó en volandas. Por primera vez después de muchos, muchos años, se sintió ligera y feliz. Patricia, que la observaba se incorporó y le gritó:
¡Yo también quiero volar!

La casa sonrió: Yo soy tú. 
04/02/2015

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